En la mente de un parricida



En la mente de un parricida
Marco Arenas durante su presentación en la Dirincri. Lo confesó todo.
Marco Arenas durante su presentación en la Dirincri. Lo confesó todo.

Marco Arenas disfrutaba matando palomas y lanzando huevos a la gente con su novia. Era violento y manipulador. La forma en que asesinó a su madre y trató de ocultar el crimen encaja en el perfil psicológico que la Policía hizo de él: era un psicópata.
–Qué idiota.
El camarógrafo se había acercado a Marco Arenas (22) a preguntarle si había llegado a la Dirincri a denunciar la desaparición de su madre. Era una obviedad: ya se lo había preguntado cuando lo vio entrar al edificio de la avenida España y el muchacho le había contestado que sí. Pero el periodista necesitaba el byte, la frase grabada. Y cuando salió se lo preguntó con la cámara encendida.
Marco Arenas lo miró durante un momento y una sonrisa se le dibujó en la cara.
Podía ser una sonrisa que denotaba nervios. Pero no, en verdad lo que reflejaba era la secreta diversión que le producía que le preguntaran sobre el paradero de su madre cuando 48 horas antes él mismo la había asesinado.
–Sí, sí –contestó con la sonrisa en la cara.
Y, mientras se iba, de acuerdo a la declaración que brindó ante los policías que investigaron el caso, murmuró a su enamorada:
–Qué idiota.
–Qué idiota –habría repetido Fernanda Lora (18).
Violento y antisocial
“Emocionalmente frío, calculador, observador, hábil, usa la manipulación y la violencia con la finalidad de conseguir provecho personal”. Es parte de la descripción psicológica que los peritos de la Policía trazaron sobre Arenas, el parricida de La Molina.
Había atacado a su madre, María Rosa Castillo (56), abrazándola, dándole un beso y luego asfixiándola. Había llevado su cuerpo a un paraje de Cieneguilla, le había rociado petróleo encima y le había prendido fuego. Había vendido sus celulares a 110 soles. La misma noche del crimen se había ido con Fernanda a practicar Insanity (un duro programa de ejercicios) al gimnasio en el que estaban matriculados. Al día siguiente, había acompañado a su padre a buscarla por hospitales y luego se fue a comprar multivitamínicos. El jueves, después de ir a la Dirincri, pasó la tarde con su enamorada y luego fueron a sus ejercicios.
–Hablamos como si nada hubiera pasado. Incluso le comenté que quería hacerme un nuevo tatuaje –les contó a los policías.
El viernes, ambos se entretuvieron lanzándole huevos a unos chicos (el serenazgo tuvo que intervenir). Ese día hallaron el cadáver de su madre.
–Temí que encontraran algo que me involucre.
“Persona con características y rasgos compatibles con una personalidad antisocial, que se caracteriza por asumir un estilo de vida transgresor de las normas sociales”.
“Presenta dificultad en el control de sus impulsos y se frustra con facilidad. Sus mecanismos psicológicos de afronte ante situaciones de tensión son insuficientes. Es egocéntrico...”.
“Actúa con impulsividad sin prever las consecuencias de sus actos”.
La pericia psicológica hecha a Marco Arenas es prolija y abunda en descripciones de este tipo. El muchacho andaba mal de la cabeza. Tenía sentimientos de amor y odio a la vez hacia su madre. Ante situaciones amenazantes, mentía sin escrúpulos. No le preocupaban los sentimientos de los demás. No se esforzaba por alcanzar sus metas sino que prefería conseguir logros apropiándose de bienes, joyas o dinero de sus familiares. Sobrevaloraba sus capacidades físicas e intelectuales, lo cual demostraba sentimientos de inferioridad.
Tenía cuatro tatuajes en el cuerpo. En el antebrazo derecho se había tatuado “Fernanda”. En la muñeca derecha, un código de barras con la fecha de su aniversario. En cuatro dedos de la misma mano tenía las iniciales del nombre completo de su enamorada (FILP). Y en el brazo izquierdo, el rostro de Fernanda y de nuevo su nombre.
Compartía con ella pasatiempos extraños. Lanzar huevos a la gente, matar palomas con pistolas de balines. En su computadora tenía una carpeta llamada “The Killers Perú” en la que había recopilado información de los crímenes cometidos por Joran Van Der Sloot, del asesinato de Ruth Thalía Sayas y de los asesinos seriales norteamericanos Raymond Fernández y Martha Beck (“Los Asesinos de los Corazones Solitarios”).
En su celular, junto a videojuegos de tipo Shooter, se encontró un manual bajado de Internet llamado “Cómo asesinar sin dejar evidencias”. Uno de los tips indica cómo deshacerse del cuerpo: “...quémalo, pero no uses gasolina que se consume rápido y el olor es más penetrante. Para mezclar el cuerpo usa querosene o petróleo...”. Quizás una prueba de que planificó el asesinato. Quizás una evidencia de que, sencillamente, andaba mal de la cabeza.
La conclusión de los peritos fue clara: “El evaluado presenta rasgos de tipo psicopático, hecho que lo hace proclive a cometer actos como el que se le investigan”.
Sangre de mi sangre
El caso de Marco Arenas Castillo es el último de varios crímenes del mismo tipo en los últimos años. Quizá el más parecido ha sido el protagonizado por Elizabeth Espino Vásquez, Elita, la joven que en enero de 2010 participó junto a su novio Fernando Gonzales del asesinato de su madre para poder disfrutar con él de la fortuna que la señora había labrado a lo largo de su vida.
Esa vez la joven intentó despistar a la Policía fingiéndose acongojada por el suceso. Las investigaciones de los días siguientes –como en el caso de Arenas– determinaron rápidamente su participación y culpabilidad. Había preparado el escenario para que su novio y un cómplice ingresaran a la casa, mataran a su madre y sacaran el cuerpo del edificio sin ser advertidos por el portero. El vehículo de la víctima apareció abandonado en una calle de Lima. El cuerpo estaba en la maletera.
¿Qué puede llevar a un joven que lo tiene todo a matar a sus padres?
El psiquiatra Horacio Vargas, director adjunto del Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi, explica que “si bien a nivel personal estos jóvenes pueden tener problemas de salud mental, hay también un componente familiar y social que influye sobre sus conductas. Hoy en el entorno de los jóvenes hay contenidos violentos y frívolos que los distancian de las demás personas y los hacen actuar sin límites éticos”.
Para el especialista hay también estilos de crianza no asertivos como el punitivo, donde se agrede física y verbalmente a los hijos; y al otro extremo el permisivo, el que deja al hijo hacer siempre lo que quiere y donde los padres no ejercen su autoridad.  
Otro caso de parricidio reciente tuvo como protagonista a Giuliana Llamoja, que asesinó de 56 puñaladas a su madre en marzo del 2005. Y el crimen de Myriam Fefer tiene como principal acusada a su hija Eva Bracamonte. Llamoja arguyó durante el juicio que discutía con su madre y el día del crimen actúo en defensa propia. Por su parte, Eva Bracamonte ha afirmado siempre que no es culpable. Está libre, pero debe enfrentar un nuevo juicio.
“Aunque un parricida puede tener una personalidad psicopática –como en el caso de Marco Arenas–, las motivaciones y perfiles psicológicos de los protagonistas de estos casos son de lo más variados. No hay un patrón”, dice Vargas. En el Perú, muchos parricidas de casos menos mediáticos sí sufren de patologías mentales. “Hay personas con esquizofrenia que han ocasionado la muerte de sus padres al creer que ellos querían hacerles daño”, explica.
Ese no es el caso de Marco Arenas, que siempre estuvo consciente de lo que hacía y no sintió remordimientos tras el crimen. En los interrogatorios contó que se fue a Chile –la razón de la discusión con su mamá– con su tarjeta de crédito, 5 mil soles y 9 mil dólares que se gastó en dos meses. “No dije que me iba, no sabían de mí y nunca pusieron la denuncia de desaparición. No les importaba”, dijo. El rencor anidaba en sus entrañas.
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